En este artículo de Babelia, suplemento del diario El País, Laura Fernández analiza el cambio de modelo en el personaje del asesino.
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Entender al monstruo
La ficción y la no ficción sobre asesinos en serie crece
exponencialmente y hay una razón: el psicópata representado es cada vez más
real
LAURA FERNÁNDEZ
16 NOV 2018 - 14:01 ART
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El actor Lorenzo Ferro, en una escena de la película 'El Ángel', de Luis Ortega. |
Hubo una época en la que al asesino, en la ficción, se le representaba de forma que, aun siendo humano, no tuviese nada que ver con lo humano. Se le desfiguró la cara (pensemos en Freddy Krueger), se la cubrió con una máscara (pensemos en Michael Myers y Jason, de Viernes 13), y así, dice Paz Velasco de la Fuente, abogada, criminóloga y autora del interesantísimo ensayo Criminal-mente (Ariel), “el miedo se acababa cuando terminaba la película”. Ahora la cosa ha cambiado. Puede que American Psycho (1991), el clásico de Bret Easton Ellis, abriera la veda en lo que a la representación del psicópata como alguien que podría pasar por humano sin llegar a serlo. “Tengo todas las características de un ser humano: carne, sangre, piel, pelo. Pero ninguna sola emoción clara e identificable, excepto ira y aversión”, decía de sí mismo Patrick Bateman. Algo parecido ocurría en Henry: retrato de un asesino, la cinta que había intentado aproximarse a la mente de un asesino en serie y que tardó cuatro años en estrenarse (pudo hacerlo en 1986, no lo hizo hasta 1990) porque no recibía otra calificación que la de X. Fue El silencio de los corderos (también de 1991) el primer blockbuster decidido a no quedarse en el crimen, sino a explorar qué podía llevar a alguien tan exquisito como Hannibal Lecter a comerse a sus víctimas.
“Hannibal Lecter es el psicópata más irreal que se ha creado nunca”, apunta Velasco. ¿Por qué? “Porque siente empatía por Clarice Starling. Un asesino no siente empatía por nadie”, contesta la criminóloga. Y a continuación cita un par de ejemplos de asesinos “de lo más reales” de la ficción reciente. Anton Chigurh, de No es país para viejos, de Cormac McCarthy, y César, de la cinta de Jaume Balagueró Mientras duermes. ¿Alguna chica? Amy Dunne, la protagonista de Perdida, de Gillian Flynn. “Desde el año 2000 se tienen en cuenta los rasgos del psicópata real para crear personajes de ficción, se basan en el DSM-5, el manual de diagnóstico estadístico de los trastornos mentales”, dice Paz Velasco. Y eso los ha hecho más reales. Pensemos en el asesino padre de familia encantador de The Fall, que guarda la libreta con los horarios en los que poder asaltar a sus posibles víctimas en la habitación de su hija. Parece un tipo triste y atareado corriente. “Eso ha hecho que nos den más miedo y que queramos explicarnos por qué son así, que queramos conocerlos para poder distinguirlos. Es decir, si antes el asesino desaparecía cuando la película terminaba, ahora nos lo llevamos a casa”. Para Velasco, el auge de ficción y no ficción al respecto tiene mucho que ver con ese cambio en su representación.
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