En la locura diaria de la ciudad se ha perdido el arte de la conversación. Nos comunicamos mucho, por medio de dispositivos y aplicaciones, pero el entrañable momento de compartir una charla se ha convertido en un bien escaso.
En esta nota de la revista española Yorokobu, Mar Abad nos cuenta la historia de Adriá Ballester, un joven que un día decidió empezar a mirar, y hablar, a su alrededor:
En esta nota de la revista española Yorokobu, Mar Abad nos cuenta la historia de Adriá Ballester, un joven que un día decidió empezar a mirar, y hablar, a su alrededor:
The Free Conversations Movement: Dos sillas en la calle, siéntate
y habla
Adrià Ballester: «Hago esto de forma altruista para mejorar
la sociedad tan gris en la que vivimos»
15 de noviembre 2019
/ ENTRETENIMIENTO por Mar Abad Fotos
Jie Yim
Seguir leyendo en YorokobuEra un día horrible. Pegajoso, de repelús. Adrià Ballester echó a andar para huir de los demonios. Caminó, caminó hasta que se le hizo de noche. Llegó a la zona más alta de Barcelona y ahí encontró a un señor muy muy mayor. Empezaron a hablar. Quién recuerda ya de qué, pero la conversación alivió a aquel joven de 23 años que huía de un día detrito.—Nunca he vuelto a saber de él, pero esa conversación me enseñó lo importante que es hablar, aunque sea con un desconocido —relata Ballester dos años después.Aquello le dio una idea. Algo tan necesario no podía ser fortuito. Había que establecer un lugar donde la gente pudiera ir a hablar por el placer, por la necesidad de conversar. Y eso hizo. Ballester salió un día de casa y en medio de la calle plantó dos sillas plegables y un cartel que decía «Free conversations» y se sentó a esperar.Ese día de 2017 comenzó el «movimiento de las conversaciones gratis». Desde entonces, cada semana, Ballester dedica seis horas a desplegar sus sillas junto al Arco del Triunfo de Barcelona para hablar con quien se siente en la banqueta de enfrente.Empezó hablando, escuchando y dejando la conversación pasar, pero pronto se dio cuenta de que merecía la pena guardar algunas historias. Empezó a anotarlas en los ratos de espera, entre conversación y conversación. Pero la libreta se hizo cárcel: ¿quién leería los relatos si no salían de ahí? Y creó un perfil en Instagram para contarlas: Free Conversations. Rara vez llevan la identidad real del protagonista (solo si se lo piden): «Cambio el nombre y algún detalle que no vulnere la historia. Lo que sí digo es la edad porque es importante para entender la historia».
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